Por Luis Manuel Arce Isaac*, Resumen Latinoamericano, 3 de septiembre de 2021.
La propuesta del presidente de México, Andrés Manuel López
Obrador, de sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA) por
una institución no intervencionista, renueva una vieja demanda de hace
60 años, cuando empezó su caída.
Fue en Punta del Este, Uruguay, en enero de 1962, que la OEA,
calificada de Ministerio de colonias yanqui por el canciller de la
dignidad, Raúl Roa, comenzó a caer con la expulsión de Cuba y la
proclamación de una Alianza para el Progreso, un fraude más de Estados
Unidos.
Desde entonces, a partir de las denuncias formuladas inicialmente por
Cuba y seguidas en determinados momentos por otros países como la
Venezuela de Hugo Chávez, el Brasil de Lula, la Argentina de Néstor
Kirchner, la Bolivia de Evo Morales, la Nicaragua de Daniel Ortega y el
Ecuador de Rafael Correa, la demanda de su desaparición se mantiene con
más o menos insistencia.
Ahora la organización está en su peor momento de descrédito, y a ello
contribuyó, y mucho, el mercenarismo desembozado de su titular, el
uruguayo Luis Almagro, el secretario general más repudiado de todos
quienes la han dirigido.
En esas largas seis décadas, el prestigio de la OEA se degradó a tal
extremo que, como dijera el expresidente Correa, la pregunta no ha sido
si debe ser reemplazada, lo cual se da por descontado, sino cómo América
Latina la ha soportado tanto.
Más o menos en ese sentido corre la propuesta de López Obrador y las
preguntas que el canciller mexicano Marcelo Ebrard dirigiera a sus
colegas en el Castillo de Chapultepec en la XXI Conferencia Ministerial
de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), cuya
cumbre de jefes de Estado será este mes.
Ebrard preguntó si tiene sentido, o alguna perspectiva en este siglo,
pensar en una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños y la
necesidad de este espacio, más allá del viejo anhelo de la unión
regional, y se respondió a sí mismo: ‘la necesitamos y, además, la
queremos y la estamos construyendo entre todos los que estamos aquí’.
Como exteriorizó este tema minutos antes de que el presidente López
Obrador, en el mismo acto, lanzara la propuesta de sustituir a la OEA,
algunos infirieron que había una suerte de concatenación de ambas ideas y
que la conclusión sería que la Celac fuera la sustituta, algo que nunca
explicitaron ninguno de los dos.
El presidente coligió que la OEA es un instrumento servil a Estados
Unidos y agente de su política intervencionista como en los tiempos de
la doctrina Monroe a la cual pretenden regresar los grupos de poder,
republicanos o demócratas, y que ya no tiene espacio en América Latina y
el Caribe.
El canciller, a su vez, estima que ante un mecanismo interamericano
fracasado y, de hecho, adverso a los intereses colectivos al sur del río
Bravo, como es la OEA, se hace imprescindible defender y fortalecer la
Celac bajo la filosofía de la integración y la unidad.
‘Si nosotros no actuamos en conjunto y no hablamos como una sola voz,
nadie se va a ocupar de nosotros, nadie va a preguntarse: Bueno, y
América Latina y el Caribe: ¿ya tendrá vacunas? ¿América Latina y el
Caribe tendrán los recursos suficientes para salir adelante?’
Evidentemente no, y es allí donde radica la importancia de mantener,
fortalecer y consolidar la Celac, algo que realmente ha logrado México
en los casi dos años que lleva en su presidencia pro tempore y que este
mes debe traspasar a Argentina.
La pandemia de Covid-19, con sus grandes efectos negativos para todo
el continente, y la injusta distribución de las vacunas- que no
empezaron a llegar a los países de la región hasta que los mercados de
Estados Unidos y Canadá se saturaron- es la prueba que exhibe México
para reforzar los mecanismos de cooperación e integración solidaria en
los que la Celac basa su actuación.
Hacer un parangón entre una y otra institución es tan innecesario
como decir que la Celac vigila y defiende intereses de la comunidad y la
OEA, por el contrario, los ataca en favor de Estados Unidos.
Sin embargo, allí es donde emerge la gran contradicción, pues una y
otra agrupan a los mismos protagonistas: la OEA a todos con la excepción
de Cuba, la Celac también, pero sin Estados Unidos.
Es en ese mismo esquema donde chocan las ideas de que la una pudiera
ser la institución que suplante a la otra porque su principal
interlocutor, Estados Unidos, desprecia a la Celac y ama a la OEA.
Allí cobra vigencia la expresión del expresidente de Ecuador Correa
de que la pregunta no está en la sustitución, sino en cómo ha sido
posible que América Latina y el Caribe la hayan tolerado hasta ahora.
Lo idea, piensan algunos analistas, es que la institución actual
desaparezca, que sea borrada del mapa, sin que haya una preocupación o
una obligación de sustituirla porque los mecanismos de integración y
coordinación existen ya en la región, y más de uno, como el Sistema
Económico Latinoamericano (Sela).
Según estos pensadores, lo más importante, lo trascendente, es que el
gobierno de Estados Unidos acepte negociar todo lo que es negociable,
sea mediante Sela, Celac, Cepal o algún foro ad hoc.
Pero Washington debe expresar su voluntad de ser un interlocutor
válido con deseos de ayudar a un desarrollo sustentable que elimine
graves problemas actuales como la migración económica.
Por ejemplo, el Grupo de Puebla, integrado por personalidades de 16
países, al expresar desde Argentina su apoyo a la propuesta de México,
considera que un nuevo organismo podría ser el resultado de la
convergencia en una nueva Celac fortalecida y empoderada, o la
ampliación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que ya se
está recomponiendo con México, Centroamérica y el Caribe.
Son ideas por considerar, pero regresando a la pregunta del canciller
Ebrard sobre si tiene sentido o no la existencia de la Celac, y de la
propuesta de López Obrador de eliminar la OEA, la respuesta más racional
es que la comunidad debe desempeñar un papel decisivo en la creación de
condiciones para una nueva relación hemisférica.
Y en ella es imposible la presencia de la Organización de Estados Americanos.
Como afirmó el presidente de México, a esta altura de la evolución
histórica del continente americano es ya inaceptable la política de los
últimos dos siglos caracterizada por invasiones para poner y quitar
gobernantes al antojo de la superpotencia (Estados Unidos) como hizo
bajo la sombrilla de la Doctrina Monroe.
El gobierno de Washington, sea republicano o demócrata, debe admitir
que se está en un cambio de época, y no en una simple época de cambios.
Eso incluye que también admita la necesidad de una nueva visión en
sus relaciones hemisféricas, bien contraria y alejada de la doctrina
Monroe a la que parece pretenden retornar.
*Corresponsal jefe de Prensa Latina en México
Fuente: Prensaltina.